viernes, 14 de noviembre de 2008

La Abuela, un remedio para la crisis.


Esta tarde me toca hacer la compra del mes. He adornado a mi borriquillo con dos serones para meter las bolsas y andando que nos vamos. Pero hoy es diferente, la crisis me hizo pensar en como ahorrar algo y he cambiado la estrategia de compra. Estuve toda la mañana pensando y calculando milimétricamente gastar lo mínimo, con la calculadora en la mano y un puñado de propaganda en la mesa del Carrefour, Lidl, Supercerca, Mercadona, Día y cientos de más sangrantes supermercados, me inicié en esta aventura. Después de varias horas haciendo cuentas y afeitando un huevo, he decidido no dejarme llevar por la propaganda engañosa de llévese 3 latas de choped pork y pague 2, o compre 8 botes de mahonesa que le regalamos 9 de mejillón eslovaco en su sabor. Me importa un carajo el sabor del mejillón eslovaco y la caja de yogures alemanes con sabor a pastel de Baviera que te regala Lidl, yo lo que quiero es que no me den otro sablazo. Entonces se me ha encendido la bombilla y voy a lo práctico. Hay una fórmula infalible que utiliza la familia chupóptera para ahorrar. Llevarse a la abuela de compras. Lo primero que se hace es ir a un cajero y actualizarle la cartilla de ahorros de Unicaja a la abuela, la meten en la máquina y después de esperar diez minutos y que pasen páginas y páginas donde aparecen cargada la manta que compró en el último viaje a Benidorm con el IMSERSO y el Güisper XL del teletienda, mirar que quedan 300 europepinos para cubrir gastos. Ese día al carrefour va toda la familia, se le cuenta a la abuela la película de día en familia y que le vamos a dar un paseillo. Agarrados al carro van los nietos y sus respectivas, bisnietos y sus novias, hijos y nueras. En dicho carrito se intenta apilar lo máximo posible para que a la hora de comunicarle a la abuela que tiene que pagar no se le pare el marcapasos y se apila de una forma milimétrica que más quisieran los hermanos malabarista Stoyanov del circo Price de Leningrado. Cuando en el carrito de la compra ya no cabe una peladilla y se ha empalmado a otro que han encontrado en la zona de charcutería, se dirigen a la caja tirados por dos de los bisnietos que ya se han comido medio paquete de fritos de maíz, pero antes se le da un poco de coba bananera a la octogenaria y se le compra una tableta de chocolate de Nestle extrafino - esta vez no importa que tenga azúcar - y un paquete de 100 pañales para las pérdidas de orina. A la abuela se le ilumina la cara de felicidad sin saber que tendrá que pagar su regalo y los kilos de papeo para la familia. Cuando la cajera lleva 20 minutos pasando mercancía por la cinta y la abuela está aturdida de escuchar uno detrás de otro los bip bip de los artículos, se le dice - abuela déjeme usted el dinero que le hemos sacado esta mañana - la abuela que lleva desde las 8 de la mañana con un migote en el cuerpo y la diabetes empieza a decir aquí estoy yo, mete la mano en el bolso y rebusca y rebusca hasta encontrar en medio de la eurocalculadora, de la estampita del San Pancracio y del llavero con bolitas para hacer la bonoloto, la deseada cartilla, la nuera de un impecable manotazo ya le ha ventilado los europepinos y la cajera le está dando el ticket de la compra y los tres céntimos de vuelta. Cuando la pobre abuela levanta la mirada ya no quedan rastros de los nietos, bisnietos y demás chupasangres, solamente le espera la nuera y el judas de su hijo que casi en volandas la mete en un taxi, le dice al taxista que a la calle carabineros número dos y antes de que arranque el coche le endosa la tableta de chocolate y el paquete de 100 pañales para pérdidas de orina.
Aunque el remedio de la abuela se esté planteando en la cumbre del G20, mi abuela murió en el 68, por lo que tendremos que poner las bombillas de bajo consumo de Zapatero.

martes, 4 de noviembre de 2008

Obama y McCain me estan volviendo loco.


Esta mañana me he levantado tempranito, me tomé un colacao y arreglé mi borrico. Cuando estaba encima de mi compañero de vivencias, me aseguré de llevar mi dni encima. A un trote constante que más quisieran los burrotaxi de Mijas, llegamos a mi colegio electoral. Cuando entré, me dirigí al tablón de anuncios para mirar en que mesa tenía que ejercer mi derecho a voto, pero solamente vi listados de alumnos donde en Geografía, Margarita Rodríguez había aprobado y Roberto González sacaba un cero pelotero. De pronto, sonó un fuerte timbre y fui arrollado por cientos de alumnos que me golpearon con sus mochilas y que tardaron un par de minutos en desaparecer en otras clases. Al verme allí aturdido, Benigno el conserje de toda la vida, vino en mi auxilio. Le dije que venía a votar como es mi deber. Él muy amablemente, me me ha contado que todavía quedan tres años para las elecciones, que yo no me llamo ni Mike Smith, ni Steve Perry, ni Jonh Wayne que me llamo Rafael, que no tengo una tía en Ohio que la mía reside en Cuenca, que no tengo un Cádilac del 79 que tengo un burro del 90 y que no desayuno Sandwiches de crema de cacahuete, que desayuno pan tostao con manteca colorá en el bar de Ramón. De allí me fui al médico, asustado le he contado a Don Javier lo que me ha pasado y me ha recetado que no encienda la tele hasta después del Carnaval.